segunda-feira, 13 de fevereiro de 2017

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Rubén Arenas, El discreto encanto de la ironía


En su exposición, “Sones para turistas y cantos para soldados”, en la galería de la Fundación Sebastián, del 10 de enero al 2 de febrero del 2013, luego publicada en La Otra número 20, julio septiembre de 2013, Rubén Arenas recupera la presencia humana de manera explícita. Esta serie representa en apariencia un golpe de timón en su búsqueda plástica si atendemos a la trayectoria de su pintura, en la que predominaba el paisaje y los animales. En la obra de Arenas la figura del hombre estaba prácticamente desaparecida, no así su presencia. Es decir, los efectos de la acción civilizatoria estaban allí, con su registro devastador o pernicioso, con su paso torpe y desafortunado, pero en la escena sólo había lugar para el silencio y el ruido ambiental, para el movimiento animal y las plantas.
A Arenas no lo mueve una intención hiperrealista o fotográfica sino un impulso de ensamble de ámbitos visuales que en diversos momentos de su discurso han emergido con mayor o menor evidencia. En Exposiciones como “La travesía del salmón”, “Especies”, “La zoología acosada”, “Diversos y semejantes”, por mencionar algunas, el artista, originario de la Ciudad de México, ha hecho patente su preocupación por la Naturaleza y ha ventilado sin contemplaciones la acción de esa cadena alimenticia en donde se ejerce la ley del más fuerte. La bestialidad del hambre convive con la apacible dinámica de la floresta y el mundo submarino; en cada cuadro habita la fuerza de la sobrevivencia. Una mirada de apariencia infantil en la que los elementos naturales se disputan el lugar y el tiempo. El juego sería sólo cosa de niños si no existiese la ironía con que el pintor dota a sus imágenes.




De algún modo la zoología de Arenas representa su visión de la humanidad sin que ésta sea explícita. No hay ingenuidad en su obra aunque pueda parecerlo a ratos, hay, sí, mundos en movimiento plástico, formas que dialogan o se comunican entre sí, que exponen sus diferencias morfológicas, sus distintos volúmenes y pesos, sus dimensiones, sus ferocidades. Resonancias quizás de la escuela oxaqueña, de manera específica de Francisco Toledo o Sergio Hernández para señalar dos referentes esenciales. Pero la paleta de Arenas se mueve con otra energía y otras motivaciones. Con certeza éste, el artista capitalino, se ve más afectado por la vorágine de la megaurbe que habita, por la noticia diaria, por la violencia cotidiana, la estridencia y la irritabilidad callejeras, la contaminación visual y sonora.
La ironía da la clave del humor. Si en “La zoología acosada”, por ejemplo, la ironía se desdibuja ante el tránsito animal en riesgo de extinción y los gigantes como ballenas y elefantes sufren tanto como las pequeñas criaturas, pájaros, ratones, serpientes, liebres, hay un sedimento burlón en ese drama, un gesto de sarcasmo en esa marcha hacia la nada. No hay causa aparente, sólo la noción, la intuición de que es obra humana, porque no se ve al personaje, sólo se advierten sus efectos, las consecuencias de su nociva presencia, o la devastación que es su ausencia. En la serie “Perro que muerde no ladra”, el humor es frontal, sin ambages, casi al borde de la historieta. El cromatismo y la imagen buscan al espectador desde otra perspectiva formal. La zoología y los objetos se animan en un territorio dominado por el consumo y la apariencia. Son más elocuentes los impulsos figurativos del pintor, que deja atrás la tentación abstracta. El perro sirve de recurso humorístico y conmovedor en ese ámbito donde la cultura es de origen televisivo, de valores asumidos más allá de necesidades básicas o apetitos como el saber, el hambre, el vestido, el afecto, el techo: la fantasía de la hamburguesa o el sueño de la marca.
En “Sones para turistas y cantos para soldados”, el discurso pictórico de Rubén Arenas fraterniza con la paleta y los temas que motivan a otros artistas plásticos mexicanos, como es el caso notable de Gustavo Monroy. En el caso de Arenas la representación de la violencia no se deja llevar por el exceso de la metáfora, sino por el ensamble de realidades que contrastan por sus diversas temperancias, sus circunstancias, sus tensiones. Los personajes posan, aparecen, figuran, se exponen, en contextos de desastre, de crueldad, de violencia, de caos, de irracionalidad, de fenómenos naturales incontrolables, como si nada pasara. La temperatura ciudadana no corresponde con lo que hay a sus espaldas o en su entorno. Hay una mueca de sarcasmo en estas pinturas que desconcierta, incomoda o deja helado al espectador. La familia o el individuo son víctimas de la indolencia o el disimulo. El “no pasa nada”, es la constante. La negación de la realidad es convertida en metáfora visual.
Si la figura humana reaparece en la obra del artista es para incorporarla en medio de ese paisaje, de esos fondos, como si se tratara de dos mundos distintos, uno inmediato, tangible y cálido, convencional y amable; otros distantes, de apariencia irreal, casi espectáculos de cine o de televisión que no nos involucran. En ello radica la fuerza expresiva de Rubén Arenas, en esa paleta sin complacencia que nos confronta con la disociación del ojo, con la fractura emocional de un espectador que no ve lo que mira sino lo que le conviene, lo que no lo compromete. Técnicamente, se trata de una obra resuelta con oficio y el discreto encanto de la ironía.

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JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural. Director general de la revista La Otra. Página ilustrada con obras del artista Rubén Arenas (México).



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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 23 | Janeiro de 2017
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